ROBER PERDUT Todo De Nada (LP)

16,99 €
REFERENCIA: FSR087

Disponibilidad: En stock

Descripción

El nuevo disco de Rober Perdut rueda ya por las calles de Madrid. Rodando ha ido a parar al garaje de mi ordenador, desde el que vía dos poderosos altavoces Goodmans (cuarenta años, y todavía comban los tabiques) sacude en estos momentos mis tímpanos sobrecogidos de gozo. ¡Cuánto tiempo hacía que no escuchaba dosis de buen rock! Y no solo bueno, sino yo diría que mejor: mejor es este disco, con mucho, que el anterior de Perdut, a pesar de lo prometedor que fue (si semejante insulto puede dispensársele al trabajo de este pedazo de veterano) aquel soberbio vinilo producido por Miguel Marcos Fernández, Salmos del cable. Pero aquí Roberto, con la inestimable ayuda (se nota en cada surco) de José Ramón Millán Díez el Goma y un grupo compuesto por Pilar Román, Iván Santana, Esteban Picó Raju, Luis Lasso y Lola Román (que sólo cabe calificar —y à la mode estaremos— de brutal), da un gigantesco paso adelante, a lomos de una producción impecablemente sucia, de espesa y sin embargo fibrosa mermelada sónica setentera que arranca suavemente la tapa de los sesos de quien escucha.
La voz de Perdut lucha menos, gana en profesionalidad, en frío control, en sardónico acto de peladura de esta ácida y granulosa cebolla en cuyo corazón asoman los registros de Iggy Pop y la sofisticada sequedad callejera del mejor Lou Reed. Las bandas de garaje, sonidos que recuerdan el punk, pero también al Ray Davies de Low Budget (esa obra maestra de los Kinks, de justo antes de que rompieran los ochenta), un saxofón que parece salido del Bottom Line en el que Reed facturó su despampanante Take No Prisoners con el mejor combo que tuvo, que fue la Everyman Band (¡ah, Fonfara! ¡Ah,
Michael Suchorsky!), y el envolvente silabeo, persuasivo, acariciante como una lima gastada, de la labor vocal de Roberto, nos conducen a la séptima puerta de la dicha, desde el arranque mismo de esta pequeña joya, en bruto pulido, que es Todo de nada.
Ahora suena «Nunca quise»: «Nunca quise estar aquí / ni bajar aplicaciones... No quiero ahogarme en la tinaja; / mejor me voy / y vuelvo mañana...». Los versos se descuelgan por una escaleta/escalinata de visuales y sonoros golpes dignos de la producción del Low, de David Bowie, y uno se pregunta si no estará, sin haberse aún enterado, en Berlín, circa 1977. La cosa es espléndida; está el tema, y los demás —no quiero desgranarlos todos; los iría despellejando de su diabólico encanto—, poseído, embrujado, entreverado de demoníaco y a un tiempo triste y dulce (va por ti, César Vallejo) rock and roll devastador.
Quiero terminar, antes de dejarles a ustedes solos con el disco, que es como mejor van a estar, con uno de los temas que más me gustan de los seis que se incluyen en el vinilo: «El vals de la lata». En esta ocasión se me vienen los Pistols a la cabeza, pero más que nada el gran Steve Jones; creo que daría algo por escuchar una versión de este corte en boca de Jones (¡y quién sabe! ¡Los más insospechados milagros se hacen a veces realidad!). «Nada de todo / y todo de nada... En el vertedero del corazón / las chicas de terciopelo ponen la lata / y yo, la ración...». El temazo es de una sentida furibundez guitarrera que causa vértigo y hace brotar lágrimas en el páramo del músculo cordial. Me quedo aquí, desarmado y vencido, pero con ganas de más. Esto habrá que verlo en directo; no queda otra opción
.


Detalles

El nuevo disco de Rober Perdut rueda ya por las calles de Madrid. Rodando ha ido a parar al garaje de mi ordenador, desde el que vía dos poderosos altavoces Goodmans (cuarenta años, y todavía comban los tabiques) sacude en estos momentos mis tímpanos sobrecogidos de gozo. ¡Cuánto tiempo hacía que no escuchaba dosis de buen rock! Y no solo bueno, sino yo diría que mejor: mejor es este disco, con mucho, que el anterior de Perdut, a pesar de lo prometedor que fue (si semejante insulto puede dispensársele al trabajo de este pedazo de veterano) aquel soberbio vinilo producido por Miguel Marcos Fernández, Salmos del cable. Pero aquí Roberto, con la inestimable ayuda (se nota en cada surco) de José Ramón Millán Díez el Goma y un grupo compuesto por Pilar Román, Iván Santana, Esteban Picó Raju, Luis Lasso y Lola Román (que sólo cabe calificar —y à la mode estaremos— de brutal), da un gigantesco paso adelante, a lomos de una producción impecablemente sucia, de espesa y sin embargo fibrosa mermelada sónica setentera que arranca suavemente la tapa de los sesos de quien escucha.
La voz de Perdut lucha menos, gana en profesionalidad, en frío control, en sardónico acto de peladura de esta ácida y granulosa cebolla en cuyo corazón asoman los registros de Iggy Pop y la sofisticada sequedad callejera del mejor Lou Reed. Las bandas de garaje, sonidos que recuerdan el punk, pero también al Ray Davies de Low Budget (esa obra maestra de los Kinks, de justo antes de que rompieran los ochenta), un saxofón que parece salido del Bottom Line en el que Reed facturó su despampanante Take No Prisoners con el mejor combo que tuvo, que fue la Everyman Band (¡ah, Fonfara! ¡Ah,
Michael Suchorsky!), y el envolvente silabeo, persuasivo, acariciante como una lima gastada, de la labor vocal de Roberto, nos conducen a la séptima puerta de la dicha, desde el arranque mismo de esta pequeña joya, en bruto pulido, que es Todo de nada.
Ahora suena «Nunca quise»: «Nunca quise estar aquí / ni bajar aplicaciones... No quiero ahogarme en la tinaja; / mejor me voy / y vuelvo mañana...». Los versos se descuelgan por una escaleta/escalinata de visuales y sonoros golpes dignos de la producción del Low, de David Bowie, y uno se pregunta si no estará, sin haberse aún enterado, en Berlín, circa 1977. La cosa es espléndida; está el tema, y los demás —no quiero desgranarlos todos; los iría despellejando de su diabólico encanto—, poseído, embrujado, entreverado de demoníaco y a un tiempo triste y dulce (va por ti, César Vallejo) rock and roll devastador.
Quiero terminar, antes de dejarles a ustedes solos con el disco, que es como mejor van a estar, con uno de los temas que más me gustan de los seis que se incluyen en el vinilo: «El vals de la lata». En esta ocasión se me vienen los Pistols a la cabeza, pero más que nada el gran Steve Jones; creo que daría algo por escuchar una versión de este corte en boca de Jones (¡y quién sabe! ¡Los más insospechados milagros se hacen a veces realidad!). «Nada de todo / y todo de nada... En el vertedero del corazón / las chicas de terciopelo ponen la lata / y yo, la ración...». El temazo es de una sentida furibundez guitarrera que causa vértigo y hace brotar lágrimas en el páramo del músculo cordial. Me quedo aquí, desarmado y vencido, pero con ganas de más. Esto habrá que verlo en directo; no queda otra opción
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